lunes, 12 de noviembre de 2007

ANALISIS DEL CULTO MARIANO EN LA IGLESIA.



JUSTIFICACIÓN

El alto puesto que María ocupa por su cualidad de Madre de Dios en la obra de nuestra salvación, justifica el deseo de realizar este trabajo de Investigación, que se titula “Análisis del culto Mariano en la Iglesia”. Me parece sumamente importante analizar con especial cuidado el culto que la Iglesia da a María, sobre todo porque es su madre en cuanto que fue predestinada desde toda la eternidad para ser la Madre de Aquel que debía dar la vida a la Iglesia misma.

Para desarrollar este trabajo partiré del análisis de la Exhortación Apostólica “Marialis Cultos” de Pablo VI, del Concilio Vaticano II, la Constitución “Lumen Gentium” en el capítulo VIII. Además analizaré otros autores y otros documentos del Magisterio de la Iglesia que hacen referencia al tema.

Mi propósito al realizar este trabajo es recordar a la gente que el culto a María no es un sentimiento estéril, ni pasajero, tampoco es una vana creencia, sino por el contrario, es un sentimiento que procede de la fe verdadera, que nos lleva a conocer la figura de una madre. La madre de Dios y Madre nuestra. También para invitar a todos los bautizados a que cultiven generosamente el culto a la Bienaventurada Virgen para que estimen las prácticas y ejercicios de piedad, hacia ella recomendados por el Magisterio.







OBJETIVOS

OBJETIVO GENERAL


Presentar al pueblo de Dios la Bienaventurada Virgen María y su relación íntima con la Iglesia, en cuanto que es su figura y modelo en el orden de la fe, la caridad y la perfecta unión con Cristo.


OBJETIVOS ESPECÍFICOS

- Mostrar el origen, el desarrollo del culto a María en la Iglesia.

- Profundizar en el conocimiento del verdadero culto a María, dando a conocer fundamentos, motivos, que lo hacen legítimo.

- Expresar que la piedad popular es diversas en sus expresiones y profunda en sus causas, es un hecho que brota de la fe y del amor del pueblo de Dios a Cristo, quien reconoce no solo a María como madre del Redentor, sino madre de todos nosotros.

- Resaltar las cualidades, virtudes y grandezas de María, con las cuales nos enseña como permanecer en el amor perfecto de Dios.
1. ORIGEN DEL CULTO A MARÍA

1.1 Primeros indicios de este culto

No existía María, sino en el pensamiento Divino, y ya era objeto del culto anticipado para el cielo y la tierra, hablamos aquí de la predestinación de María pues, Dios ya reservaba para ella maravillosos privilegios y gracias excepcionales, la preparaba para la dignidad más alta: Ser la madre de su Hijo.

Después de la caída, la presentó al mundo como la figura liberadora de la humanidad, los patriarcas la vislumbraban y saludaban desde lejos, en su fe[1], los profetas contaban de antemano sus grandezas, anunciaban su destino, celebraban su misión, y jamás separaban de sus visiones la persona adorable del redentor deseado[2].

En el Nuevo Testamento es donde el misterio se ilumina, ya lo hacía presentir el nacimiento milagroso de María; la escena de la anunciación narrada por San Lucas, coloca en plena luz el rostro de María; siguiendo el evangelio en pos de la Virgen Madre, llegamos junto a Isabel para oírla cantar ese maravilloso Magnificat en que ella misma se sitúa entre los pobres y los humildes, luego observamos el silencio de María ante la inquietud de José: Y nos damos cuenta que el secreto no era suyo, y es Dios quien lo revela, colmando de alegría a José en su humildad. Más tarde Belén se muestra inhospitalario, y María hubo de dar a luz a su Hijo en un pesebre, allí lo mostró a los pastorcillos y aceptó de los magos el homenaje y los presentes. El evangelio nos hace contemplar también la tristeza y la angustia de María, cuando su niño de 12 años desapareció y que más tarde fue encontrado en el templo: Hemos de sentir alegría y emoción al ver a María intercediendo ante Jesús en las bodas de Caná, “No tienen vino”, en un momento Jesús se muestra indiferente pero accede a la petición de su Madre.

Una última visión que el evangelio nos muestra a María, es cuando está al pie de la cruz, donde Jesús la entrega a su discípulo Juan, como su Madre; con estas líneas podemos decir que acaba el evangelio de María, pero San Ireneo acentúa la grandeza del papel de María: “El hombre fue castigado y, después de su caída, quedó sujeto a la muerte a causa de una virgen desobediente; de igual modo a causa de una Virgen dócil a la Palabra de Dios, el hombre ha sido regenerado en el hogar de la vida”.

Es todo lo que sabemos acerca de María: Vivió sobre la tierra como cada uno de nosotros, colaboró en la redención y nos pertenece, pues “He aquí vuestra Madre” dijo su Divino Hijo.

1.1.1 Honores tributados a María en vida

Se puede decir que el culto a María se inauguró en la humilde casa de Nazareth por su esposo José, quien siempre rodeó a su virginal esposa de respeto y abnegación; también por Jesús, quien dio constantemente a su santa madre las demostraciones del más tierno amor, de la entrega más filial y de la obediencia más afectuosa.

No tardó en pasar el culto de este santuario familiar al exterior. A pesar del cuidado de la Santísima Virgen para permanecer siempre escondida, para llevar una vida apartada y no mezclarse en la vida pública de Jesús, a pesar de todo no podía impedir que recayese sobre ella algo de la gloria que iba tan unida a su Hijo; al ver los prodigios que hacía, escuchando las enseñanzas tan puras y elevadas que daba, comprobando el entusiasmo que despertaba a su paso, las multitudes pensaban: “Benditas las entrañas que te llevaron y los pechos que te amamantaron” (Lc. 11,27).

Los apóstoles fueron también quienes rodearon a María de ternura, de respeto y de profunda veneración, la miraron como a su madre, uniendo a ella un afecto completamente filial. A raíz de la muerte de Cristo. Juan la tomó en su casa, y no se puede dudar que la rodeará de cariño y amor; otro tanto harían los demás apóstoles.

San Mateo recoge de ella el relato de la Anunciación, así como el del anuncio a José y el de la visita de los reyes magos. Pero San Lucas es el que parece más interesado de recoger todos los recuerdos de María sobre la vida y la pasión de nuestro Señor. Para la infancia, ¿de dónde se habría informado, sino estando cerca de ella? Su evangelio fue escrito entre los años 55 y 60, y es él quien nos habla de los pastores y de la venida de Jesús a Jerusalén cuando tenía 12 años.

1.2 Importancia del culto a María a partir del Concilio de Éfeso

¿Qué lugar ocupa la figura de la Virgen en la vida de la Iglesia durante los primeros siglos? A esta pregunta podríamos responder teniendo en cuenta tanto la naturaleza del culto mariano, tanto las intervenciones de los Padres de la Iglesia al respecto. Estos vieron con claridad la relación existente entre la Virgen y su Hijo; si hablan de María, lo hacen porque ven en ella a la madre del Dios encarnado. De hecho bien sabemos, que Cristo en virtud de su nacimiento de María, es hombre verdadero, mientras que por su eterna generación del Padre, es Dios verdadero.

Esto es lo que define el Concilio de Éfeso, el tercer gran concilio ecuménico (431) y el primero que se refiere explícitamente a María como la Madre de Dios “Theotokos”. En este contexto los padres quisieron mostrar el milagro del nacimiento virginal de Jesús de María, que aparecía ante ellos como el signo inequívoco de la divinidad del niño, venido al mundo de un modo tan extraordinario y prodigioso. A través de la meditación de la Sagrada Escritura, los Padres alcanzaron a comprender y a explicitar otra gran verdad Mariana: La colaboración de la Santísima Virgen en la obra de salvación. Esta vocación a colaborar con el Dios redentor se hacía evidente en la posición de María junto a Cristo, el nuevo Adán, en calidad de nueva Eva y como tal, María reparó el mal de la primera Eva a través de su comportamiento, con respecto a la conducta de ésta última en el paraíso.
Dentro de la historia de la Iglesia, el Concilio de Éfeso ha marcado al mismo tiempo un punto de llegada y otro de partida. En él, el discurso sobre Cristo se convierte en central y por tanto, la figura de la madre de Dios, al estar íntimamente ligada a la de su Hijo, pasa a ocupar un primer plano en la reflexión de los padres de la Iglesia.

La definición explícita de la maternidad divina de María, proclamada en un primer plano, y solemnemente en ese concilio, llenó a los cristianos, especialmente en Oriente, de estupor y admiración; ¿cómo podría llevar María en su seno al Hijo de Dios? y ¿cómo podría llamar Hijo suyo, al Hijo de Dios? Los mismos cuestionamientos provocaban su maternidad virginal y su pureza inmaculada.
La misma reacción popular frente a la posición ambigua y titubeante de Nestorio[3], y la posterior acogida gozosa de las decisiones, Concilio de Éfeso, “El culto de pueblo de Dios hacia María ha crecido admirablemente en veneración y amor, en oración e imitación”[4] . Se expresó especialmente en las fiestas litúrgicas, entre las que desde el principio del siglo V, asumió particularmente un relieve “el día de Theotokos”[5], celebrado el 15 de agosto en Jerusalén y que sucesivamente tomó el nombre de la fiesta de la Asunción.

A partir de este Concilio, empiezan tiempos nuevos, la Iglesia se reorganiza y ocupa su puesto en el mundo; aprovecha su libertad, que le ha sido concedida, y da a María un culto de mucho esplendor; se multiplican los templos dedicados en su honor, se instituyen algunas fiestas para honrar su nombre. Sacerdotes, religiosos, fieles, bajo la mirada benévola de la Iglesia, manifiestan a María su veneración afectuosa; ya no se teme proclamar sus grandezas, su nombre resuena en todos los púlpitos, y todos invocan su poderosa intercesión en todas las necesidades. Su dulce y tierna imagen está presente en todos los hogares y es mirada como patrona y modelo al mismo tiempo.

1.3 El culto litúrgico en los primeros siglos

La Iglesia, por tanto, estableció un creciente y variado culto a la Virgen; a esto le siguió el resto del desarrollo de su pensamiento teológico, como ocurría en todos los demás campos de la teología cristiana. Desde el punto de vista histórico, un primer momento es el que va desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta el Concilio de Éfeso. Se trata de un período preparatorio que culminó con una apoteosis litúrgica. Durante este período crece cada vez con más fuerza y claridad la veneración de la Virgen las distintas formas de culto litúrgico y las fiestas propiamente dichas. Una importante fiesta mariana la encontramos ya en la segundad mitad del siglo IV en Oriente y en el siglo VI en Occidente. Esto no suponía ninguna dificultad contra el culto mariano en cuanto que las litúrgicas no habían alcanzado todavía en este período la fisonomía que alcanzaría posteriormente.

El desarrollo del pensamiento teológico alrededor de la figura de Cristo durante el siglo IV pone cada vez más en evidencia el papel esencial de la Virgen en la redención, y al mismo tiempo se acrecienta el concepto de su suma santidad. La expresión “toda santa” surge en la primera mitad del siglo IV referida a la Virgen. La encontramos por primera vez en el escritor eclesiástico Eusebio y posteriormente se convertirá en expresión común de la literatura bizantina.

Por otro lado, tampoco falta desde tiempos apostólicos una gran devoción hacia María, la madre del Señor, aunque todavía no hubiera una fiesta litúrgica, como tampoco la había para muchos aspectos de la vida del Señor. Dicha devoción tenía su fundamento en la Sagrada Escritura. Los Hechos de los Apóstoles la presentan junto a los discípulos a la espera del Espíritu Santo[6]. Los Padres apostólicos, como San Ignacio, pone de relieve su maternidad divina. Durante el siglo II, Justino en Roma, Ireneo en Lyon y Tertuliano en Cartago, partiendo del paralelismo Adán-Cristo, inculcado con fuerza por San Pablo[7], desarrollan el paralelismo análogo: Eva – María. La antiquísima fórmula del símbolo bautismal, el credo (siglo II) evocaba continuamente a los fieles la grandeza de María como Virgen y madre del Salvador: “Natum ex Maria Virgine”[8]. Todo esto demuestra la especial veneración de las primeras generaciones cristianas hacia ella. Un reflejo significativo de dicha veneración, junto al testimonio de la confianza en la intercesión de la Virgen, la ofrecen los abundantes monumentos del arte funerario romano de los siglos II y III, con imágenes de la Virgen en las catacumbas.

María como comprensión de la virginidad cristiana, desde el comienzo de la Iglesia, siempre fue propuesta como modelo por los padres. A partir del siglo III, con la difusión del monacato, de la vida consagrada y del ideal de virginidad y obediencia en muchos cristianos, se toma a María como modelo de virginidad cristiana. Ya en los siglos V y VI encontramos en la vida litúrgica de la Iglesia expresiones concretas en honor a la Virgen que expresan dicha fe convencida y confiada en su intercesión ante Cristo. De ese modo, en el Canon Romano de la misa encontramos que se nombra a María en primer lugar.

1.4 Universalidad del culto a María

Si hay algo que se pueda poner en comparación con la magnificencia de este culto, es ciertamente su universalidad. Se encuentra en todas partes, en ningún lugar separan los fieles la piedad para con la madre de la que consagran al Hijo; son distintas esencialmente pero se reclaman mutuamente y no pueden dejar de estar unidas. Algunos santos se ven honrados más particularmente, en determinado país; María se ve honrada igualmente en todos los pueblos y en todos lo es espléndidamente.


María se ve honrada en todo lugar, en Oriente como en Occidente; los protestantes son los únicos que le han negado sus honores, la han desterrado de sus templos, al mismo tiempo que expulsan la Sagrada Eucaristía. Podemos ver con seguridad que su culto ha llegado a ser tan frío, como lo son sus iglesias, falta en ellas lo que debe ser la joya, el sol y la vida.

María no solo lleva el título de reina del universo, sino que lo es de un modo efectivo, y recibe de todos los hombres honores tributados a tan alta dignidad; hace ya mucho tiempo que se realiza o se repite estas palabras brotadas de sus labios: “Beabam me dicent omnes generatioenes”[9].

Es muy bueno resaltar, que en nuestros días no es menos universal el culto dado a María que los días más hermosos de los siglos de la fe. “Nunca hubo peregrinaciones más piadosas y entusiastas; nunca más santuarios construidos en honor a María; nunca más muchedumbres afanosas corriendo a sus altares. Jamás tampoco mostró María, con signos mas deslumbrantes, que es nuestra madre. Allí mismo, donde parecía que su culto había sido abolido para siempre, retornan a ella los corazones para que ella, a su vez, los entregue a la Iglesia, que habían abandonado”[10]. Hoy lo mismo que antaño, se extiende su reino a la par que el de Dios y se puede que tienen en la tierra idénticos límites.

[1] Cfr. Gén. 3,15
[2] Cfr. Is. 7,14
[3] Nestorio fue quien se encargó de propagar la herejía mariológica, negando la maternidad divina de María.
[4] Cfr. L.G. 66.
[5] El día de la Madre de Dios.
[6] Cfr. Hch. 1,14.
[7] Cfr. R. 5, 12-21
[8] “Nació de María Virgen”.
[9] “Todas las naciones me llamarán bienaventurada”.
[10] TERRIEN, La Madre de los hombres, Cap. 11. Pág. 389.

1 comentario:

Rafael Franco dijo...

hola que tal me parece bien que publiques algo de nuestra madre celestial. dtb